Introduccion


Abordar el tema de la vejez pareciera que a los autores consultados les generó una primera necesidad que fue la de llegar a una definición de qué es vejez, que periodo abarca, cuando una persona puede ser considerada que está transitando esta etapa evolutiva y hasta el nombre de cómo llamar a estas personas, si viejos, ancianos, adultos mayores, geronte, etc.

Personalmente creo también que se juegan en estos dilemas, la propia actitud de cada autor hacia su propio envejecimiento.

También es cierto que así como socialmente la adolescencia aparece con la industrialización, la problemática del estudio y generación de respuestas hacia la vejez, es un asunto principalmente del siglo XX y de lo que va del siglo presente, y está íntimamente relacionado con el crecimiento de la expectativa de vida y que, además, en los países desarrollados la baja tasa de natalidad hace que el grueso de la población vaya "envejeciendo".

Antiguamente una persona directamente no llegaba o era muy difícil que llegara viva, sobre todo por guerras y enfermedades, debido a la precariedad sanitaria de sus épocas, de tal manera que como objeto de estudio es medianamente reciente, en función del crecimiento cuantitativo y también porcentual en la población de algunos lugares del mundo.

El ejemplo de Argentina muestra que en promedio, según datos del Banco Mundial (*1), la esperanza de vida al nacer, hace 20 años atrás, en 1994, era de 72 años y en 2012 era de 76 años, es decir un crecimiento de esperanza de vida al nacer de 4 años de vida sólo en 18 años.

El promedio de todo América Latina y el Caribe en el mismo período, el crecimiento es casi equivalente en cuanto a crecimiento, sólo que entre los 69 y 74 años.

Sin embargo, al tratarse de promedios, si se discrimina por edades, según cifras del INDEC (*2), para el 2015 la esperanza de vida de los varones será de 73 años (73,72 es decir casi 74) y para las mujeres es de 80 años (80,33), con lo cual se impone la necesidad de políticas de asistencia para esta etapa evolutiva.



Ser "viejo"


Graciela Zarebski de Echenbaum en su libro "Hacia un buen envejecer" comienza la reflexión acerca de SER y SENTIRSE viejo. Y dice que no es necesario ser viejo para sentirse viejo, a lo que agrega "sentirse viejo, a cualquier edad, es percibir que una ráfaga de muerte se cuela por algún resquicio que, descuidadamente, le abrimos." (*3)

El "sentirse viejo" es un aspecto subjetivo que podría entonces aparecer en otras etapas evolutivas y también estar o no presente en la vejez, y por lo tanto puede formar parte del estudio de la percepción sobre si mismo, sobre su edad y de cómo las personas afrontan esta etapa de su vida como haremos más adelante, pero a todos los efectos de este estudio, necesitamos definir primeramente datos más objetivos que permitan expresar generalidades en torno a normalidades estadísticas y no a situaciones particulares subjetivas que sólo podrían usarse a modo de ejemplo, tanto de lo "normal" como de la "excepción a la regla".

Respecto del término VIEJO, siguiendo la lectura de Zarebski, ella expone que Salvarezza ha propuesto y "hecho campaña" por imponer el uso del término "viejo" sobre la presunción de que se evita usar esa denominación por temor a la vejez, a la propia vejez, y que, por lo tanto, al perderle el miedo a la palabra que la designa, se iría perdiendo el miedo a la vejez.

Zarebski nos informa que el éxito de Salvarezza ha sido parcial, en tanto que en los ambientes profesionales gerontológicos se adoptó el uso del término en los marcos teóricos pero que "en la práctica, en el trabajo cotidiano con "los viejos", si intentamos así llamarlos, encontramos habitualmente su rechazo a esta denominación" (*4)

El hecho que "viejo" se refería a un rango muy grande de edad y situaciones en que enfrentar la etapa evolutiva, es que Zarebski propone el uso de los términos "viejos-jóvenes" y "viejos-viejos", aunque dice que se termina haciendo una distinción por edad, siendo los "viejos-viejos" los mayores de 85 años, coincidiendo con condiciones de vulnerabilidad que comienzan a darse más (estadísticamente hablando) después de esa edad.

La autora nos dice también que "Salvarezza confirma este deslizamiento hacia una distinción por la edad, al proponer traducir estos términos por "adulto mayor" y "viejo", basándose en otros autores que se refieren al período de declinación biológica acelerada, que tiene lugar alrededor de los ochenta años, término medio. Sin embargo, reemplaza el término "anciano" que ellos utilizan por el término "viejo" porque insiste en que hay que perderle el miedo" (*5)



Posturas teoricas academicas frente a la vejez


En su libro "Psicogeriatría, Teoría y Clínica", Leopoldo Salvarezza, simplifica la cuestión a dos grandes grupos de teorías:

La teoría del desapego (disengagement theory) propuesta en 1961 por E. Cummings y W.E. Henry, según la cual "a medida que el sujeto envejece se produce una reducción de su interés vital por las actividades y objetos que lo rodean, lo cual va generando un sistemático apartamiento de toda clase de interacción social. Gradualmente la vida de las personas viejas se separa de la vida de los demás, se van sintiendo menos comprometidas emocionalmente con los problemas ajenos, y están cada vez más absortas en los suyos propios y en sus circunstancias. Este proceso –según los autores- no sólo pertenece al desarrollo normal del individuo, sino que es deseado y buscado por él, apoyado en el lógico declinar de sus capacidades sensoriomotrices, lo cual le permite una redistribución adecuada de sus mermadas reservas sobre menos objetos, pero más significativos para el sujeto. Al mismo tiempo, este distanciamiento afectivo lo pone a cubierto de confrontaciones con objetos y situaciones que le plantean problemas de difícil solución, y que cuando no puede hallarla le engendran cuadros de angustia (...) Los puntos sobresalientes de esta teoría (...) sostienen que: (1) éste es un proceso universal, es decir, que ha ocurrido y ocurre en cualquier cultura y tiempo histórico; (2) es un proceso inevitable, porque está apoyado en procesos psicobiológicos, y (3) es intrínseco, es decir que no está condicionado ni determinado por variable social alguna. (...) De esta premisa se desprende claramente que la conducta que es aconsejable seguir frente a los viejos (...) debe ser inducir o favorecer un apartamiento progresivo de sus actividades como un paso de preparación necesaria para la muerte." (*6)

La teoría de la actividad propuesta por Maddox en 1973, en la cual "sostuvo que los viejos deben permanecer activos tanto tiempo como les sea posible, y que cuando ciertas actividades ya no son posibles deben buscarse sustitutos para ellas. La personalidad previa del viejo debe servir como llave para comprender las reacciones a los cambios biológicos y sociales que se producen con la edad" (*7)

Salvarezza aporta que "El estudio de Carp (1966), llevado a cabo en una residencia geriátrica de Texas, comprueba que en un entorno positivo la gente vieja generalmente prefiere la actividad y los contactos sociales informales más que el desapego. Sugiere que algunas conductas de los viejos, tales como el desapego, por ejemplo, son el resultado de conductas adversas del entorno más que elementos constitutivos propios de la edad." (*8)

María Cristina Griffa y José Eduardo Moreno, en el libro "Claves para la comprensión de la Psicología de las Edades" además de abordar el tema aportan otras teorías.

Sobre la Teoría del desapego agregan que "A nivel de la interacción social se dan tres modificaciones: menor interacción; limitación de los objetos de la misma; preocupación por el "sí mismo"" (*9). Continuando, estos autores sostienen que "Esta teoría tiene mayor valor explicativo en la cuarta edad o senescencia, en los ancianos avanzados"

Sobre la Teoría de la Actividad agregan que "Robert Havighurst fue uno de los principales críticos a esta teoría del desapego. Sostiene que cuanto más activo (teoría de la actividad) se mantiene el sujeto, mayores son sus posibilidades de un envejecimiento exitoso. Estas teorías son muy populares y han sido la base de muchos programas diseñados para ancianos, que incentivan su actividad. Señalan que las necesidades psicológicas y sociales son prácticamente las mismas en la mediana edad, que en la vejez." (*10)

A estas dos teorías contrapuestas, Griffa y Moreno le suman la propuesta por Streib y Schneider quienes: "formularon la teoría de los nuevos roles, que se sitúa en una postura intermedia respecto de las teorías del desapego y de la actividad. Reconoce el descenso de las actividades sociales con la edad y a la par, el deseo de permanecer activo y plenamente "enganchado" lo más posible. Proponen el refuerzo de nuevos roles, no impuestos, que tengan en cuenta las motivaciones personales y las capacidades físicas, así como también los resortes del medio". (*11)

Griffa y Moreno también recopilan otras teorías que cubren la amplia gama de matices que hay entre estas tres: Mc Crae y Costa se centran en "La teoría de la continuidad (que) sostiene que el hombre envejece como ha vivido. A medida que envejece trata de asegurar la continuidad de aquello que ha adquirido."

Danish, Brin y Riff formularon la teoría de la discontinuidad en la que "sostienen que los cambios cognitivos y comportamentales de la ancianidad son causados por los eventos tales como la jubilación, la vulnerabilidad a las enfermedades, la viudez, entre otros".

Otros autores postulan (según Griffa y Moreno) que "la gran diversidad de estilos de vida de las personas ancianas impide las categorizaciones como el desapego, la actividad o la discontinuidad".

Otra postura (de Ursula Lehr) "afirma que la senectud es un proceso individual (...) Agrega que hay que prestar más atención que hasta ahora a los patrones de envejecimiento individuales, a las formas específicas individuales del curso del envejecimiento".

Desde otra mirada, "Romano Guardini, desde un modelo personalista espiritualista, afirma que en la medida que el hombre envejece espera cada vez menos, disminuye la expectación y el análisis de las posibilidades futuras. Simultáneamente, se intensifica la sensación de transitoriedad." Guardini asevera que si la persona traspasa una serie de crisis entonces "surge la imagen vital del hombre viejo cuyo valor es la sabiduría. El hombre sabio es el que sabe del final y lo acepta. El final mismo de la vida es todavía vida y puede realizar valores, que únicamente entonces pueden vivenciarse. El envejecimiento no se expresa sólo en limitaciones, en ser menos capaz de, sino en adquisiciones propias de este estadio. El viejo sabio no es activo pero irradia su sabiduría y experiencias (...) Guardini dice que al hombre viejo o sabio le sigue la edad del hombre senil o completamente anciano (...) El hombre senil se caracteriza por la disminución de sus capacidades y por la consiguiente dependencia respecto de los demás". (*12)

Entonces encontramos que Salvarezza postula que "el secreto del buen envejecer estará dado por la capacidad que tenga el sujeto de aceptar y acompañar estas inevitables declinaciones sin insistir en mantenerse joven a cualquier precio" (*13), dicho de otra forma, según Zarebski "lo crucial para un buen envejecer, consiste en poder sobrellevar la discordancia entre lo que se es y lo que se parece. Poder aceptar que uno se siente joven, pero el cuerpo envejece. Si no fuera por esa discordancia uno se olvidaría de la finitud". (*14)



La vejez normal


Dice Zarebski que "Siempre que uno se siente viejo (cualquiera sea la edad que se tenga) se refiere a "estar entregado", "sin ánimo", "sin ilusiones" (...) Una campaña de prevención hacia un envejecer normal deberá poner énfasis en la posibilidad de que se acepte el paso del tiempo, el envejecer, poder sobrellevar los achaques y adaptarse a ellos activamente, aprendiendo y disponiéndose a cambiar. Aceptar el ciclo vital y la finitud, al mismo tiempo que se mantiene un espíritu joven". (*15)

"Un viejo normal es aquel que puede compensar pérdidas con ganancias. No todo es pérdida en la vejez: las mismas limitaciones hacen que se pueda disfrutar de cosas que no se podía o no se sabía disfrutar en etapas anteriores. (...) Él sabe de su fatiga, la reconoce y sabe también qué debe hacer para sobrellevarla. Es responsable por su salud, es decir que es capaz de autocuidarse y de valerse por sí mismo. Conservarse autoválido, a pesar de los deterioros inevitables por el desgaste que produce el paso del tiempo en nuestro cuerpo y aún a pesar de patologías, es posible cuando se logra "conservarse entero de adentro, tener las ilusiones sin reuma, los objetivos sin várices y los ideales sin colesterol" (Pinti, E. 1991)"

"El deterioro es propio de un sujeto al que hay que escuchar, de modo de poder incluir no solo "cómo el individuo se siente frente a su impedimento y, por extensión, cómo ese impedimento interfiere con su rutina vital" (Salvarezza, L. 1988), sino además cómo ese sujeto está implicado en su deterioro y en su modo de llevarlo.

Concluimos entonces que un viejo normal no es necesariamente un viejo sano. Es un viejo que está en condiciones de hacerse cargo de su salud y de su enfermedad. A pesar de su patología, sus funciones no están impedidas. Este es el sentido del modelo diagnóstico funcional en gerontología: no quedarnos en la enumeración de patologías, lo cual nos llevaría a confirmar que la vejez es sinónimo de enfermedad. Se trata de poder determinar si en ese viejo hay un sujeto que, aún así, funciona."

"Todos, a cualquier edad, soñamos despiertos. La diferencia, en la vejez normal, es que ese ensueño diurno se nutre en gran parte del pasado, pero de un modo placentero, no nostalgioso. Esa es la función de sus reminiscencias, que, conectándolo con sus afectos, le permiten ir reescribiendo su historia y sostener así su identidad. Esos recuerdos son los referentes de sus distintas etapas vitales: son su cosecha. Sus seres queridos no están totalmente perdidos. Puede elaborar el duelo. Identificándose con los viejos de su niñez, recuperando su recuerso, se ubica en continuidad con su legado generacional."


Zarebski continúa describiendo la vejez normal diciendo que "Un viejo normal es el que no se asume en ese lugar que se le adjudica y que es capaz de pensar: ¡ese estúpido! Pero aún así no deja de acusar el golpe y la angustia se manifiesta en su cuerpo: son habituales, en la vejez, las manifestaciones psicosomáticas.

Un viejo normal es aquel que puede reconocer sus angustias, y cuenta con recursos para superarlas."

"Respecto a la muerte, un viejo normal está preparado. No le desespera e incluso elige el modo en que quisiera que suceda. No hay un escaparle a la muerte. Hay un deseo de buen morir, pero que no es entregarse a la muerte pasivamente. Lucha por sostener la vida.

Y la vida le plantea situaciones de cambio: de costumbre, de normas, de valores: cambio cultural frente al cual el viejo normal puede reflexionar, tomar partido a favor o en contra, pero que no reivindica un supuesto privilegio por ser viejo. Admite las diferencias generacionales y es capaz de autocrítica. Puede criticar y criticarse. (...) Si se piensa que todo lo pasado fue mejor y que del futuro no se puede esperar nada bueno, es porque se vive un presente abatido."


Entonces, Zarebski se centra en la relación del viejo con los jovenes y la importancia que para él tiene su acercamiento a ellos, ya que las actitudes de desapego, de alejamiento desconfiado le producen daño "a diferencia de aquel que se acerca sin prejuicios, que se interesa en él, que apela a su saber, a su experiencia, ubicándolo en la función de abuelo. (...) Hay un cuidado por los que continúan y ahí está puesta también su esperanza. Esto es precisamente lo que le permite aceptar la muerte: el sentido de trascendencia, la generatividad. (...) lo que lo define como un viejo normal, la posición que adopta frente a lo nuevo: si puede activamente pasar un legado, le gana a la muerte."

"Lo que está en juego en un sano envejecer, desde un punto de vista subjetivo, es no defraudarse a sí mismo.

Defraudarse a si mismo tiene que ver con el vivir flotando como un globo en el espacio, globo que en la vejez se pincha. Pretender sostenerse en pedestales que la vejez hace zozobrar. Vivir con una máscara pegada que la vejez resquebraja. Vivir sostenido en un único bastón con el cual pretendemos convencernos de una consistencia de la cual en realidad carecemos.

En este sentido, la vejez es reveladora de verdades.

Porque llega mejor parado a la vejez, quien es capaz de enfrentarse a su propia inconsistencia, quien es capaz de soportar la incertidumbre del vivir, quien tuvo recursos para encontrar salidas creativas frente al desamparo que a todos, de una u otra manera nos atraviesa."


Cambios que se enfrentan en la vejez


Modificaciones corporales: Es a partir de los 75 años a los 80 años que se hacen más notorios los cambios corporales (involución o decrepitud) Al respecto, Griffa y Moreno dicen que "La preocupación por el cuerpo y por la declinación física se manifiesta claramente en las conversaciones de las personas ancianas. Predominan los comentarios sobre enfermedades, accidentes, operaciones, el funcionamiento intestinal, la ingestión de alimentos. Esta temñatica los une generacionalmente y por otro lado es uno de los motivos, que en parte, los aísla del resto de sus congéneres." (*16)

Vida sexual: "Se observa que tanto el interés o deseo sexual como la actividad sexual permanecen en el anciano, si bien con menor intensidad y frecuencia. (...) La menopausia femenina no anula los deseos y la actividad sexual. La andropausia, en los hombres, es gradual por lo que no sólo el anciano varón continúa su actividad sexual, sino que también un cierto porcentaje conserva su capacidad de procrear. Así se ha encontrado espermatozoides activos en el semen de varones de más de 80 años. Las personas de edad suelen sentirse limitadas para desarrollar su actividad sexual. Las depresiones y diversas dolencias físicas les hacen disminuir el deseo y la actividad". Cabe mencionarse también que entre los efectos adversos de la medicación que puedan tomar les pueda disminuir el deseo o disminuirlos físicamente para el encuentro sexual.

Modificaciones de la capacidad de rendimiento de las funciones psíquicas: Dicen Griffa y Moreno que "algunas teorías sostienen que no declina el rendimiento intelectual, sino que se produce una modificación cualitativa, es decir, que aparecen otras modalidades del complejo acto humano del pensar. (...) Respecto del aprendizaje (...) los ancianos requieren más tiempo y material más ordenado y menos complejo que los adultos. En el proceso de aprendizaje son más susceptibles de perturbaciones que los jóvenes y que los adultos."

Tienen "disposición interna para captar y retener (...) Donde hay la mayor pérdida de capacidad de memoria con la edad es en la llamada memoria secundaria cuando un dato es solicitado después de varios minutos u horas de haberle sido informado y no en la memoria primaria, en la que se requiere recordar un dato en un corto período de tiempo después de la información. Paradójicamente, los ancianos conservan la información mnémica de lo sucedido muchos años antes (memoria terciaria)".

Modificaciones de la personalidad: "Los cambios corporales favorecen la constante modificación de la imagen corporal. Estos ajustes van acompañados de sentimientos depresivos de lo perdido y de temores por la creciente vulnerabilidad y torpeza de su cuerpo para adaptarse a las exigencias del medio. (...) Suele disminuir la autoestima."

"Marta Leonor Méndez, siguiendo el modelo de Arminda Aberastury sobre los duelos de la adolescencia, propone cuatro duelos básicos de la ancianidad: (*17)"

1) El duelo por el cuerpo potente
2) El duelo por su rol paternal
3) El duelo por el rol social
4) El duelo por la pérdida de relaciones objetales significativas


La abuelidad: "El vínculo entre los abuelos y los nietos es el vínculo más significativo con representantes del mundo adulto después de la relación padres e hijos (...) Algunos abuelos escapan a su rol (...) otros compiten con los padres por la crianza de los nietos, y los padres les recriminan lo entrometidos, lo intrusivos y controladores que son. (...) La abuelidad normal supone una relación armoniosa en el seno familiar de las tres generaciones, o tetrageneracional (bisabuelos), y la dedicación a la familia como filosofía de vida. (...) La mayoría de los ancianos prefieren vivir independientemente, pero en estrecho contacto social y emocional con los hijos y nietos. Es la búsqueda de una mayor proximidad interior, aunque intenta mantener el distanciamiento exterior."(*18)

Cambios emocionales: El Dr. Daniel Rota y la Lic. Élida Andrés de Rota, en el capítulo 2 "Cambios emocionales" del libro "La edad olvidada en la iglesia" (*19) , señalan 4 trastornos frecuentes en la tercera edad:
"1) La depresión: La depresión es muy común en la tercera edad, y es más severa en el hombre que en la mujer, Esto está dado por los logros laborales o metas personales tal vez no cumplidas, o por no haber logrado las expectativas que se había propuesto en su juventud. Debemos señalar que dichas expectativas están dadas por el medio, la cultura imperante o la familia de origen, donde el mensaje es que uno vale por lo que tiene o por la posición que puede llegar a alcanzar. (...) La persona que sufre esto siente que no tiene ningún valor, ningún sentido. Al llegar a esta etapa en la vida, en algunos hay mucho pesimismo sobre el futuro y una intensa tristeza, falta de interés en eventos ordinarios de la vida, pérdida de apetito, del sueño y pobre concentración. Las causas pueden ser varias. Entre las de origen emocional encontramos este cuadro como fruto de remordimiento, resentimiento o culpa por hechos del pasado."

"2) Las ideas paranoicas: Las personas mayores llenan su falta de memoria con explicaciones falsas de lo que está ocurriendo alrededor de ellas." Pueden olvidar donde dejaron algo y acusar a la familia de que se lo robaron, o en el cambio en la percepción del sabor de la comida decir que la familia está envenenándolo. "Todo ello lo hacen tratando de encontrar alguna explicación a lo que para ellos resulta difícil de entender, o aceptar, que en la ancianidad van disminuyendo todas las funciones físicas y todos los sentidos. La persona con ideas paranoides se siente atacada y ataca. Por lo tanto hay que evitar las confrontaciones, o tratarles de hacer comprender que están errados en sus apreciaciones."

"3) Trastornos hipocondríacos: En la tercera edad aumenta la preocupación por el funcionamiento corporal, por lo que se come, por la evacuación intestinal, aparecen dolores físicos, dolores de cabeza, etcétera. En general el origen de estos síntomas son psicológicos y no físicos, por eso la mayoría de estas personas al ser medicadas por su sintomatología no mejoran."

"4) Temor a la muerte: (...) El aprender a morir es la continuación del aprender a vivir. Quien respeta la vida y puede relacionarse en amor con los que le rodean, podrá despedirse más fácilmente de su vida con aceptación y confianza. En algunos este tema es vivido con angustia y temor (...) El tema de la muerte despierta abatimiento y sentimientos de impotencia. (...) En realidad la mejor forma de enfrentar la muerte es que siga habiendo un "para qué" vivir. (...) La habilidad de enfrentar la muerte sin desesperación es una de las sabidurías más grandes que puede desarrollar el anciano. Sin ella el anciano puede vivir en desesperación, temor y lamento crónico."



Ejemplos cercanos


Todos tenemos ejemplos cercanos. Al escribir evito ser autoreferenciante, pero la realidad es que los mejores ejemplos que encuentro de lo dicho hasta aquí, los encuentro en los viejos de mi familia.

Al momento de estar escribiendo este trabajo, uno llega de la calle de hacer las compras con su cara raspada, con moretones y lastimaduras, fruto de haberse caído caminando por una vereda de regreso a casa. Todo un símbolo de la vulnerabilidad de un cuerpo que a veces les juega esas malas pasadas a los "viejos".

Ni que hablar de ese hombre que a los 21 años, con todo su idealismo y pasión juvenil, estando en el ejército arriesgó su vida por su país, Argentina, en pos de restaurar el orden democrático, lo que le valió estar al borde de ser fusilado y tener que vivir un año y medio de prisión por causas políticas y que hoy lucha hace dos años contra un cáncer de pulmón y requiere que, por ejemplo, le corten las uñas de sus pies o, aún una tarea más sencilla, le coloquen las medias después de tomar un baño o le abran una botella de gaseosa porque no tiene la suficiente fuerza para abrir la tapa la primera vez.

¿Qué pasa en las emociones de ese hombre que cada tantos meses recibe la llamada de algún familiar de un conocido para informarle el lugar del velatorio y que de sus pocos amigos más cercanos y queridos, uno murió hace un año y el otro se encuentra en un estado más grave luchando contra el cáncer?

¿Qué pasa en las emociones de este hombre que ya no puede viajar en transporte público por temor a que en el encierro de un colectivo en invierno alguien le contagie gripe o neumonía y que eso pueda producirle una condición grave de salud en función de su cáncer de pulmón?

Estas son algunas de las vivencias que tiene este hombre, pero que, a mi entender, también podemos encontrar repetidas en mayor o menor magnitud en otros viejos, y que podemos resumir en tres cosas: duelos simultáneos, vulnerabilidad y/o fragilidad, dependencia de otras personas.



Conclusion


Después de investigar y estudiar el tema de la vejez y todas las etapas evolutivas del ser humano, encuentro como común denominador en todas ellas la presencia del duelo a lo largo de toda la vida, como máxima expresión de los cambios y crisis vitales a que estamos expuestos las personas en nuestro recorrido de la vida. Cada cambio exige asumir una nueva situación frente a la vida.

El pararnos desde un nuevo lugar, desde lo biológico, con los cambios corporales, ya sea por el crecimiento en las primeras décadas de la vida, dejar de ser un bebé que requiere máxima asistencia para ir haciéndonos cargo de nuestras funciones vitales como la ingesta de alimentos o el control de esfínteres, luego las transformaciones físicas de la pubertad para dejar atrás el cuerpo de niño para empezar a hacernos cargo de un cuerpo adolescente que terminará de darle forma al cuerpo de adulto, como hacia el final, dejar atrás el cuerpo de adulto para asumir un cuerpo "viejo", con la pérdida de funciones y/o capacidades. Cada pérdida, cada cambio, aunque sea superador, requiere un duelo por lo que se deja atrás.

Pero también en lo social debemos asumir nuevos roles, lo que significa ir despojándonos de los roles viejos y por ende también duelos. Mientras que hasta la adultez esos duelos tienen más que ver con lo que hacíamos y dejamos de hacer, en la vejez aparecen los duelos por lo que ya no haremos, por lo que se perdió la oportunidad de hacer y no se hizo a su tiempo, o lo que sencillamente ya no se podrá hacer por falta de tiempo de vida, oportunidades, malas decisiones, etc.

La vejez es una época de gran cantidad de duelos. Desde la pérdida de capacidades, la pérdida de un lugar social, la pérdida del empleo, la pérdida de derechos por la vulnerabilidad y fragilidad propia de la vejez, quizás el desarraigo por la pérdida de su propio lugar por tener que ir a vivir con algún familiar, hasta la pérdida de familiares y amigos que parten de la vida y generan la sensación de incertidumbre con la pregunta ¿Cuándo me toca a mí?.

Y ante tal carga de determinismo, de enfrentar circunstancias que parecieran ser inevitables (salvo el hecho de la muerte), la calidad de vida del viejo estará marcada por su forma de enfrentar la última etapa del ciclo vital, y entonces, en mi opinión, la postura de Viktor Frankl frente a la búsqueda de sentido de la vida se impone como necesaria para la resignificación que debe hacer la persona mayor ante los cambios y pérdidas que le toca transitar.

Viktor Frankl se pregunta: "¿Es correcta la teoría que nos presenta al hombre como un producto de unos factores condicionantes, bien sean de naturaleza biológica, psicológica o sociológica? ¿Acaso el hombre es un mero producto fortuito del sumatorio de esos factores? Y lo que es más importante, ¿demuestran las reacciones psicológicas de los internos que el hombre es incapaz de escapar a la influencia de las circunstancias externas, cuando estas son tan asfixiantes como las reglas de un campo de concentración? ¿Carece el hombre de la capacidad de decisión interior cuando las circunstancias externas anulan o limitan la libertad de elegir su comportamiento externo? (...) Las experiencias de la vida en un campo demuestran que un hombre mantiene su capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos heroicos; también se comprueba cómo algunos eran capaces de superar la apatía y la irritabilidad. El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física. Los supervivientes de los campos de concentración (...) quizás no fuesen muchos, pero esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino." (*20)

Referencias - Bibliografía:

(1) Página web del Banco Mundial. http://datos.bancomundial.org/pais/argentina.
(2) Instituto Nacional de Estadística y Censos, Estimaciones y proyecciones de población 2010-2040: Total del país – 1ra edición- CABA, INDEC, 2013, E-Book. En página web del INDEC Instituto Nacional de Estadística y Censos http://www.indec.gov.ar/ftp/cuadros/publicaciones/proyeccionesyestimaciones_nac_2010_2040.pdf
(3) Zarebski de Echembaum, Graciela. Hacia un buen envejecer. Editorial Universidad Maimonides Científica y Literaria, Año 2005, pág. 10
(4) Zarebski de Echembaum, Graciela. Op.cit., pág. 15
(5) Zarebski de Echembaum, Graciela. Op.cit., pág. 16-17
(6) Salvarezza, Leopoldo. Psicogeriatría Teoría y clínica, 2da edición revisada y ampliada, Editorial Paidós Psicología Profunda, pág. 20-21
(7) Salvarezza, Leopoldo, Op.cit., pág. 22-23
(8) Salvarezza, Leopoldo, Op.cit., pág. 22
(9) Griffa, María Cristina, Moreno, José Eduardo. Claves para la comprensión de la psicología de las edades. Editorial Braga S.A., pág. 101.
(10) Griffa, María Cristina, Moreno, José Eduardo. Op. cit., pág.101-102
(11) Griffa, María Cristina, Moreno, José Eduardo. Op. cit., pág.102
(12) Griffa, María Cristina, Moreno, José Eduardo. Op. cit., pág.104-105
(13) Salvarezza, Leopoldo, Op.cit., pág. 25
(14) Zarebski de Echembaum, Graciela. Op.cit., pág. 19
(15) Zarebski de Echembaum, Graciela. Op.cit., pág. 20-21
(16) Griffa, María Cristina, Moreno, José Eduardo. Op. cit., pág.105-106
(17) Griffa, María Cristina, Moreno, José Eduardo. Op. cit., pág.110
(18) Griffa, María Cristina, Moreno, José Eduardo. Op. cit., pág.111 a 113
(19) Rota, Daniel, Andrés de Rota, Élida. La Edad Olvidada en la Iglesia, Editor: Pablo Nonini, Distribuidora Alianza, Buenos Aires, 1997. Capítulo 2: Cambios Emocionales, pág. 25 a 35
(20) Frankl, Viktor. El hombre en busca de sentido. Editorial Herder. España, 7º edición 2004. Pág. 90